jueves, 1 de septiembre de 2011

Pesadilla

La sala tenía un tamaño considerable. Una luz rojiza, cálida, la iluminaba. En un principio no supe exactamente de dónde venía, pero pronto localicé su orígen. Un hueco de chimenea con un acogedor fuego ardía plácidamente, llenando de imágenes fluctuantes y sombras fantasmagóricas la estancia, como solo la propia llama puede conseguir.
Miré a mi izquierda, y junto a mí, vestido extrañamente, se encontraba Javier,  mi buen amigo.  Su atuendo era del todo llamativo, no tanto por su elección, sino por lo fuera de lugar. Una especie de túnica blancuzca, amarilleada por el uso tapaba sus formas. A la cintura un fajín de color pardo y de él colgados diferentes objetos, entre los que pude distinguir una especie de daga curva y diferentes saquillos.
Inevitablemente mi vista se perdió en mi propio cuerpo y la sorpresa fue notable. Mis ropas eran también extravagantes, no menos que las de mi amigo. Una camisa de lino pardo oscura, vendas de un blanco hueso tapando mis antebrazos y manos, dejando mis dedos libres, pantalones marrones y unas botas de cuero desgastadas. Una especie de foulard, o palestina negra completaba el disfraz, anudada alrededor de mi cuello y cubriendo buena parte de mis facciones.
No podía recordar qué nos había llevado a aquél lugar, ni el motivo de permanecer en él, pero lo cierto era que, en cualquier caso, poco podíamos hacer al respecto: aquella habitación no tenía salida aparente.
De pronto Javier comentó:
-Ahí están. Creo que esto va a empezar.
A mi derecha, habían aparecido dos mujeres, surgidas de modo súbito y totalmente inexplicable. Aquello me intranquilizó, pero Javier parecía relajado, asique hice acopio de fortaleza y escuché la conversación que se había entablado entre una de las mujeres y mi compañero.
-Ha llegado la hora. Una vez la ceremonia comience mi palabra será sagrada. Obedeceréis todas mis órdenes, por incomprensibles que os parezcan. Quiero que esto quede claro.- la mujer, de forma seca y cortante  exponía su discurso. Se expresaba con frases breves, y su tono, estridente y agudo, poseía un matiz que se me antojaba siniestro.- cuando SU nombre sea pronunciado ya no se detendrá. El ritual seguirá in crescendo y escapará a mi control. Acabará cuando ÉL quiera que acabe.
La mujer terminó su alegato y no esperó. Se encaminó directa a la chimenea y se situó frente a la misma, con las piernas abiertas, bien aposentadas en el duro pavimento de obsidiana que formaba nuestro suelo. Si nuestros ropajes habían llamado mi atención, los de ella( y su acompañante, pues coincidían en todo, difiriendo en detalles básicos y colores) la atrajeron como imanes. Su pelo azabache, increíblemente tupido y largo, culminaba en un moño, en el cual se habían enclavado plumas de diversos tamaños y tonalidades. Multitud de gargantillas y brazaletes adornaban su cuello y muñecas,  con objetos engarzados en ellos: cuentas de colores, diminutos huesecillos y calaveras, insectos disecados..
Completaba su aspecto místico con una túnica morada, que dibujaba unas formas muy  femeninas, aunque apenas podían distinguirse las mismas, entre tanto abalorio y utensilio. Como Javier, su cintura encontrábase sujeta por otro fajín negro, y al igual que este, del mismo colgaban decenas de saquillos, cajitas y cachivaches de toda forma.


Su compañera, mujer de pelo rubio, escondía su rostro bajo una capucha amplia. Colocándose a la diestra de la primera mujer, esperó. Javier se adelantó y se situó también a la derecha, junto a la acompañante.
No sabía muy bien si debía acercarme, pero tras unos instantes de duda mis piernas obedecieron. Ocupé mi espacio frente a la chimenea, a la izquierda de la mujer líder.


Un silencio profundo invadió la sala. Era de aquellos silencios que precisamente por su intensidad, resuenan. Nada se oía de pronto, ni el chasquido de la leña, ni el crepitar de los tizones. Y la aplastante ausencia de sonido proseguía. 
Poco a poco, las sombras de la habitación parecían extenderse…o la luz menguaba. Los segundos se alargaban llegando a su madurez como  minutos, siempre de la mano del vacío que resonaba en la habitación.


Entre tanto observaba las llamas del hueco. Ardían pausadamente, con balanceos hipnóticos. Comencé a sudar. La tensión del momento, aquel silencio opresivo, iba haciendo mella en mí y podía sentir como mi corazón martilleaba contra el pecho, a la manera de un demente encerrado, que con sus puños golpea desesperado la pared. En aquel momento un movimiento repentino en las llamas me alarmó. Algo diferente, un balanceo brusco, algo que no encajaba . Más que visto y apenas distinguido, no más de un instante, pero algo antinatural, algo insano había movido el penacho de una llama. Un escalofrío recorrió mi columna. Quise dirigir mi mirada fuera de aquella visión inquietante, observar a Javier, o a una de las mujeres.


Aterrado, pude constatar que ni un solo centimentro de cuerpo respondía. Me descubrí encarcelado en mi propia piel. Una auténtica  prisión de carne y hueso, que no cedía un milímetro a mis deseos.  Y las llamas se alzaron.


Mis latidos retumbaban por toda la estancia. Mi visión comenzaba a tornarse rojiza, como empapada en sangre. Cada vez que una de mis pulsaciones golpeaba las paredes de mi cárcel viva, el fuego respondía curvándose, como una oruga monstruosa que trepara un árbol. Y a cada movimiento inhumano, impío, atroz de aquella masa de fuego, un sonido agudísimo se concretaba. 
Lenta e inexorablemente, latido, movimiento, agudo.  Aquel tempo calaba en mi alma, que además de atrapada, notaba encadenándose. A pesar de estar empapado en sudor, del calor asfixiante, infernal de aquella hoguera, me helaba por dentro.  Un nuevo latido y el frío se extendió por mis costillas, apresándolas.  Movimiento, y la gelidez de una mandíbula mordió dentro de mí, lo que aún permanecía libre. El precio en dolor fue vastísimo. Podía sentir cada filamento, cada pelo que formaba aquella mandibula insectoide.  Agudo, y unos gritos de mujer estallaron en mis oídos. Era aquello el sonido que desde un principio había seguido al movimiento, al fin comprendía.
Atenazado por dolores que se extendían en venenosas oleadas, desde mi corazón apresado por la mandíbula, el cuerpo congelado, aterido y los tímpanos doloridos por la intensidad de los alaridos,; tan solo quería escapar, poner fin a aquello.


La mujer morena, que siempre había estado a mi lado, sin yo poder verla, vino hacia mí desde aquel infierno. En sus manos llevaba una copa tallada en hueso, unas garras que sostenían un cráneo enano, abierto por su mitad superior y lleno de un líquido rojo oscuro.
Bebe!, ¡Bebe!  El precio ya lo has pagado, ÉL exige este sacrificio.- y ofreció la copa. Su mirada transmitía la más profunda locura. Vidriosos, muy abiertos, llorosos y cruzados de venas rojas, sus ojos daban pavor. Obedeciendo cogí la copa.
Mientras todo a mi alrededor se cubría de llamas, y nuestro mundo conocido era pasto de los infiernos, una idea vino a posarse en mi mente dolorida, al borde del frenesí.
Volqué la copa sobre mis labios en sucesivos tragos hasta vaciarla, mientras la dejaba caer de mi boca entreabierta sobre la palestina. La misma prenda ocultó el hecho a la invocadora. Dándose por satisfecha, me arrebató con brusquedad la copa de la mano temblorosa,  y girándose de nuevo, comenzó a gritar. Sus palabras se perdían en el maremágnum de alaridos y gritos agonizantes que recorrían el lugar.
Intenté cerrar los ojos, creía no poder soportar SU visión. Hay cosas que por su horror sabía podrían destruir mi cordura, desterrar mi ser a los espacios entre dimensiones. No quería una muerte en vida, una visita a los abismos sin retorno de demencia.  En un titánico esfuerzo, mis párpados cayeron, como el movimiento de una placa tectónica, como el derrumbamiento de una montaña, y supe que no podría abrirlos ya aunque quisiera. Casi mejor. El tártaro había dominado todo, y sus secas arenas abrasaban nuestros pies.Podía sentirlo.
Y comenzó. Ahora ÉL sí se hallaba entre nosotros. La sola idea puso de rodillas mi ser, y me sentí terriblemente insignificante. 
¡¿Cómo había pensado en  asistir a algo así y  sobrevivir?!  Ahora sabía las fuerzas ignotas, primigenias a las que me enfrentaba, lo que habíamos desencadenado en nuestra búsqueda. Podía sentir como la creación acusaba el castigo, como los mismos cimientos de la realidad lloraban aterrorizados. Nada tenía sentido, ni forma.  Sentía presión en mi cuerpo físico, como en las más hondas  profundidades abisales. Palpitaba cada célula, mientras se consumía por un calor interior. El tiempo se apartó de nosotros definitivamente,  vencido del todo, derrotado por fuerzas incomprensibles.
Todo era un paroxismo de terror, la muerte no significaba nada, aquel miedo estaba fuera de toda regla, idea o ley divina.


ÉL decía cosas. Formaba mensajes de contenido concreto, huracanes que nos golpeaban. Billones de almas gimiendo formaban cada sílaba, oleajes histriónicos de criaturas torturadas, dominadas en su cresta por un tono profundo. La voz del Dios infernal, subyugándolas a todas. Todas aquellas vidas, arrebatadas, acompañando aquellas  palabras. No pude si quiera pensar en entenderlas.
Nunca podría recuperarme de aquello, cada centésima de segundo que oía resquebrajaba mi esencia. Y el mensaje se prolongaba. Lo sabía. Peor destino que la propia muerte, que ahora se me antojaba tan lejana..habíamos pasado sus terrenos hacía ya largo rato, visitando la oscuridad primera, el caos estelar de tiempos sin tiempo.En apenas medio segundo destrozó todo lo que yo fui, era y hubiera podido llegar a ser. Reducido a la nada.

…….


Sudor. Calor. Corazón palpitante. Silencio. Abrí los ojos. Estábamos como al principio, pero ahora de espaldas a la chimenea, que ardía plácidamente de nuevo. Con la boca seca y entreabierta miré a Javier, a la mujer morena y su acompañante.
En un lateral había aparecido ( o siempre estuvo ahí?) una habitación pequeña, con dos círculos paralelos inscritos en el suelo. La mujer morena se dirigió hacia ellos y nos hizo entrar. Primero desapareció la acompañante, luego Javier. Tuve un miedo atroz súbito de quedarme allí solo, donde habían sucedido aquellas cosas terribles. No quería ser el último en irme de allí, asique me adelanté a la invocadora. Un círculo de luz prístina nos cegó y


desperté.

1 comentario:

  1. Muy bueno, echo en falta más participacion de otros personajes, es un monólogo por parte del protagonista que se hace algo largo. Pero es bueno el relato.

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